miércoles, 9 de diciembre de 2009

POEMA DE JERÓNIMO CASTILLO

Camino las estrellas

y la paz me acompaña.

El paso es tentativo

por no turbar tu estancia.

Un fuego de silencios

de repente se inflama.

La luz que da el aliento

ruboriza mi cara.

No puedo comprenderlo,

ignoro por qué gracia

se ha levantado un halo

de insólita prestancia.

Detengo sorprendido

el fluir de la mirada,

para posarla mismo

donde surge la llama.

Una figura crece

y de la misma nada,

va tomando la forma

de tu cuerpo y tu alma.

Nadie supo de dónde

el hechizo del hada

vino a ponerle nombre

al calor de esa estampa.

Eligió para eso

que el tuyo se llamara

y esa punta, ese ariete

fuera la brida clara

pulsando los latidos

que antes yo manejara,

para poner un ritmo

a sus enteras ganas.

Tan sutil, pero tanto,

que fue la barricada

en que el alma resguardo

reducida a una playa.

Y en ella hizo cabeza

tu aliento en avanzada

quebrando resistencias,

estrategias y guardias.

Dejó en tendal heridas

con tus dulces llamadas,

las fuerzas defensivas

que cubrían mi espalda.

Me sentí de tu mano,

como un niño, a la zaga,

indefenso y alegre,

pero con nuevas ansias.

Las estrellas dijeron

-porque a veces me hablan-

que escuchara el llamado

que en tu voz fue palabra.

Despertares que impactan

dormidas esperanzas

y nos dan en el flanco

que tenemos sin guardia.

Antes que nuestras manos

se juntaron las almas

en algo incomprensible

de incorpórea sustancia.

Quiero darle a tus ojos

en custodia, mis ansias

para que sobrevivan

al tiempo y la distancia.

Quiero darte lo poco

que importa esta palabra,

pero que me transporta

esta misma mañana.

Y con ella incorporo

la cinta azul y clara

que es al mundo invisible,

pero que igual amarra.

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